Mi padre ha apostado todo por la revolución y me heredó su convicción. Él es un dirigente sindical colombiano y en el 2014 estuvo a punto de ser asesinado en un atentado contra su vida. Desde su exilio y por primera vez me enfrento a la pregunta sobre el sentido de su lucha. Yo dejé de militar en la izquierda y siento no solo que algunos de sus sueños han fracasado, sino que hago parte de una generación que parece no tener sueños colectivos, sobre todo hoy cuando nuestro país acaba de firmar un acuerdo de paz y exige una sociedad políticamente comprometida.
(Dir. Yira Plaza O'Byrne, Prod. Jorge Botero)
Al momento de nacer mi padre ya me había marcado de forma definitiva: me puso un nombre relacionado con su militancia de izquierda. Sin entender mucho crecí viéndolo dormir con un revólver debajo de la almohada, como si vivir con miedo fuera normal.
Mi papá es profesor y dirigente sindical. Hoy tiene 65 años, y desde sus veinte había decidido que la revolución era el centro de su vida. En los años 80 fue líder regional de un partido de izquierda llamado Unión Patriótica (UP), que años después sería masacrado. Esa vez mi papá se salvó de la muerte por una amenaza que recibió y que lo llevó exiliado a Rusia y a Cuba. A su regreso a Colombia ya el mundo no era el mismo: la perestroika había acabado con el sueño socialista y de la UP solo quedaban pocos sobrevivientes. Como si nada hubiera pasado, mi papá siguió como dirigente sindical y yo me enlisté en la Juventud Comunista. En los últimos años mi papá se ha dedicado a la conformación de sindicatos y a defender los derechos de los trabajadores informales en Cartagena. Hasta que en el 2014 seis disparos contra él casi acaban con su vida.
Tras este atentado estuvo refugiado en España; regresó a Colombia en el 2015 y para protegerse no puede volver a Cartagena, la ciudad donde vivía y donde ocurrió el atentado. Ahora vive un pequeño exilio en Bogotá. Anda protegido con escoltas y tiene miedo a andar solo y salir de noche. Pese a eso, mi papá busca recobrar su sentido asistiendo a las actividades del sindicato.
Está lejos de la familia y en una ciudad donde no logra acomodarse del todo. Mi mamá solo lo visita ocasionalmente. Yo me decepcioné de la izquierda y dejé de militar. En nuestras conversaciones me lo recrimina y yo lo provoco; lo enfrento a sus ideas y aunque compartamos algunas, siento que en el presente cada vez tienen menos lugar las utopías, aquellas en las que yo también creí.